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viernes, 14 de septiembre de 2007

Acerca del método en el quehacer teológico


El método en la Teología

Puede que parezca extraño para las personas que construyen conocimiento en la diferentes ramas de la Ciencias naturales, que aún la Teología, como reflexión sistemática sobre “datos” aceptados meramente como revelados de parte de Dios, siga avanzando, creciendo y mostrándose valiente frente a los desafíos de dichas disciplinas que se basan solamente y a partir de datos empíricos, esto es, constatables en la realidad mundana. Al mismo tiempo, que en una sociedad tan seducida el saber científico-técnico, donde el hombre y la mujer encuentran cotidianamente respuestas a muchas de sus problemáticas a partir del conocimiento y avance de la ciencia y de la técnica, la Teología siga teniendo un campo de acción definido y sea dadora de respuestas a los interrogantes más grandes que subyacen en las profundidades de la existencia humana.

Pues bien. Estamos aquí parados ante una ciencia como tal, que tiene su estatuto epistemológico y como lo acabo de mencionar: su propio campo de acción. A lo largo de la historia son muchas las maneras como el ser humano se ha ocupado del quehacer teológico, empleando diferentes métodos, por ejemplo: el deductivo, el inductivo, entre otros; todo esto con el fin de hacer que la “fe” confesada y vivida tenga una explicación y no se quede simplemente en formulaciones piadosas. Ya el mismo apóstol Pedro a lo largo de sus dos cartas dirigiéndose a sus comunidades les encarecía, les exhortaba a estar dispuestos a dar razón de su fe, con conocimiento claro y con testimonio de vida. Esto ya es un indicio de los diversos caminos que existen para acercarnos a tan grande “Misterio”; pero es importante dejar claro que en cualquier quehacer teológico siempre estamos haciendo uso de varios métodos a la vez, nunca nos limitamos a uno en exclusivo. Dejamos claro también que la nuestra ciencia Teológica tiene su propio o sus propios caminos o métodos para llegar a los objetivos que se propone, en cualquier momento del teologizar. Estos dependen casi en la mayoría del momento histórico en que se esté viviendo y de las problemáticas del hombre en ese instante; al igual que de la manera como se comprenda el misterio de Dios también en un momento determinado del caminar del ser humano histórico.

En nuestro continente Latinoamericano también no se da espera a definir nuestras propias maneras de hacer Teología. Tenemos los grandes aportes de B. Lonergan, quien dos dejó un gran legado entorno a cómo hacer teología hoy (El método en Teología). Si para muchos anteriormente acercarse a Dios significaba irse hacia las criaturas circundantes: el cosmos y su orden establecido, los dogmas y la Escritura, entre otros, y de allí deducir la existencia de Dios como un orden sobrenatural, encontramos que para Lonergan no es así. Para este teólogo el camino o método para el quehacer teológico es el hombre mismo y su vivencia cotidiana. Pues es el ser humano (hombre y mujer) quien por ser tal tiene campos de significación, y a través de ellos crea sentido común. Es en el operar humano donde opera aquello que es común en su significaron a toda persona humana. El ser humano es el único que posee capacidad y ejecuta operaciones intencionales en cada memento de su existencia. La teología entonces se circunscribe en ese ámbito del crear significaciones comunes que generen sentidos compartidos que conlleven a humanizar al hombre y a la mujer.
De esta manea el misterio de Dios abarca todos esos campos de significado dentro de los cuales los humanos nos movemos, a saber, el sentido común, el conocimiento experiencial, la interioridad y el campo de la transcendencia. Hacer teología requiere aprender a moverse en todos esos ámbitos de la vida humana.

En el campo del sentido común encontramos todas nuestras experiencias espontáneas de la cotidianidad, expresadas mediante lenguaje común e informal. Se rige por lo tradicional.
El campo de la experiencia es mucho más elaborado, teorizado, sistematizado, en fin, donde se busca dar explicación a los efectos por sus causas.
El campo de la interioridad es donde se genera el significado de las vivencias y que luego son puestas de manifiesto en la realidad; es el campo de los sentimientos.

Propiamente es en este último en el que se da el encuentro pleno con el Dios de la Revelación anunciado y vivido por Jesucristo el Señor. Es particular en cuanto que es encuentro del misterio de Dios con el misterio del hombre, donde los dos se juntan y como efecto hacen que el sujeto humano se transforme, se salga de sí, pierda su propio centro y lo ubique de nuevo en el Otro, el prójimo. Desde este punto es que buscamos comprender la experiencia del Dios de Jesucristo el cual no le dejó ni por un momento buscarse a sí mismo sino vivir una vida por y para los otros, especialmente, de los más pobres, descreídos y necesitados de Amor y Humanidad. En este campo de acontece un reordenamiento de la vida humana de tal manera que “ya no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí” Gál 2,20. La vida de Jesús de la cual nos dan testimonio los evangelios escritos por las comunidades cristianas primitivas, es un existir fuera de sí. Un estar siempre atento a las necesidades del otro, movido por el Amor que antes se ha recibido y experienciado de Dios mismo.

Por César Yesit Urrego Parra, msa

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