
¿A Dios por la razón o por la fe?
Con el aporte de Norbert Kutschki, en su obra Dios hoy: ¿Problema o misterio? Salamanca, Sígueme, 1967, pp. 15-25, nos centramos en la cuestión sobre Dios hoy. Mencionamos que desde antaño el hombre se ha preguntado por Dios y que en ese preguntar se ha planteado caminos para hacer asequible dicho misterio a la razón del sujeto humano. Es el ejemplo que nos legaron los ilustres pensadores griegos, para quienes el empeño por develar el misterio no se hizo esperar. Se trataba de llegar a Dios con la ayuda de la razón, mediante un conocimiento filosófico, llegando a la elaboración de una “teología natural”, según la cual a Dios se le conocía por el ordenamiento del universo, más no por su capacidad de ser humano, como se reveló en Cristo. Los griegos no nos dejaron un conocimiento elaborado de Dios propiamente, pero sí nos dejaron un camino, un indicio para poder dar inteligencia a la fe en Dios que hoy profesamos y buscamos vivir.
También el francés René Descartes se puso en el camino de dudar de cuanto existiera en el mundo para llegar a la certeza de lo que puede y no puede engañar a los sentidos y que hacen que el hombre tenga o no tenga un acceso a la verdad. En su camino encontramos que llegó a la constatación de que Dios era una idea profunda en su vida, y en cuanto que estaba allí también debía estar en la realidad. Dios era algo que sería posible en cuanto que estaba allí en su interior. Este camino racional es lógico, no se puede desmentir, no se puede negar ni mucho menos. Muchos filósofos y pensadores de las Edades Moderna, Contemporánea también se preguntaron, discutieron y concluyeron muchas cosas tanto a favor como en contra de lo que el hombre mismo conoce la revelación de Dios.
Si bien la afirmación de Descartes es válida a toda costa, constatamos que esto no basta para llegar a creer en Dios de una manera real y asumirlo en la vida con todo lo que esto exige. En efecto, que no basta tener una idea diáfana de Dios si esta no ha partido de una experiencia existencial de la Trascendencia.
De manera que cuando en la teología nos acercamos al misterio, no buscamos explicar lo que de Dios conocemos por medio de la filosofía simplemente, sino que ayudados por la fe, hacemos una teología sistemática razonable, sobre el misterio que nos invade y traspasa a diario. Como Dios acontece en nuestro campo de trascendencia, allá en lo profundo de nuestro ser, nos fascina, nos saca y nos impulsa a vivir esto exteriormente al estilo de Jesús, y luego buscamos con la ayuda de la filosofía, de su rico lenguaje dar razón de ella, hacerla inteligible y comunicable a los otros. Es por ello que el hombre mismo es el método, el camino para hacer teología. Es por ello que el ser humano hace teología: porque en él acontece Dios y lo mueve a ser otro, a ser para los demás como Jesús de Nazaret.
En el hombre, según Lonergan acontecen operaciones categoriales como el experimentar aconteceres, el juzgar sobre ellos, el entender los hechos y el decidir acerca de los mismos. Mediante estas operaciones el sujeto humano elabora conocimiento, hace teología. No se trata de un camino en los cuales se superan etapas y se dejan atrás. Se trata de una dialéctica, en la cual, dar un paso exige volver a atrás, llegar al final exige retornar al principio donde se generó la experiencia para comprobar si lo que se está alcanzando es verdad, es fiable, razonable, en fin, si lo elaborado aporta algo al conocimiento.
Por lo general cuando se llega al final, se toma una decisión que en todo caso apunta al bien. Esto nos mueve a pensar en las diversas maneras en que el hombre opta en la vida. Algunos optan por el “mal” con el fin de buscar el bien. Encontramos una búsqueda del bien por caminos equivocados. Esto se debe a que el bien es un elemento de carácter universal, y como tal, tiene diferentes acepciones. Se concibe y se realiza de diferentes maneras. Por ello, el teólogo en su decidir siempre debe estar guiado por lo que es conveniente a todos, por el bien común.
También el francés René Descartes se puso en el camino de dudar de cuanto existiera en el mundo para llegar a la certeza de lo que puede y no puede engañar a los sentidos y que hacen que el hombre tenga o no tenga un acceso a la verdad. En su camino encontramos que llegó a la constatación de que Dios era una idea profunda en su vida, y en cuanto que estaba allí también debía estar en la realidad. Dios era algo que sería posible en cuanto que estaba allí en su interior. Este camino racional es lógico, no se puede desmentir, no se puede negar ni mucho menos. Muchos filósofos y pensadores de las Edades Moderna, Contemporánea también se preguntaron, discutieron y concluyeron muchas cosas tanto a favor como en contra de lo que el hombre mismo conoce la revelación de Dios.
Si bien la afirmación de Descartes es válida a toda costa, constatamos que esto no basta para llegar a creer en Dios de una manera real y asumirlo en la vida con todo lo que esto exige. En efecto, que no basta tener una idea diáfana de Dios si esta no ha partido de una experiencia existencial de la Trascendencia.
De manera que cuando en la teología nos acercamos al misterio, no buscamos explicar lo que de Dios conocemos por medio de la filosofía simplemente, sino que ayudados por la fe, hacemos una teología sistemática razonable, sobre el misterio que nos invade y traspasa a diario. Como Dios acontece en nuestro campo de trascendencia, allá en lo profundo de nuestro ser, nos fascina, nos saca y nos impulsa a vivir esto exteriormente al estilo de Jesús, y luego buscamos con la ayuda de la filosofía, de su rico lenguaje dar razón de ella, hacerla inteligible y comunicable a los otros. Es por ello que el hombre mismo es el método, el camino para hacer teología. Es por ello que el ser humano hace teología: porque en él acontece Dios y lo mueve a ser otro, a ser para los demás como Jesús de Nazaret.
En el hombre, según Lonergan acontecen operaciones categoriales como el experimentar aconteceres, el juzgar sobre ellos, el entender los hechos y el decidir acerca de los mismos. Mediante estas operaciones el sujeto humano elabora conocimiento, hace teología. No se trata de un camino en los cuales se superan etapas y se dejan atrás. Se trata de una dialéctica, en la cual, dar un paso exige volver a atrás, llegar al final exige retornar al principio donde se generó la experiencia para comprobar si lo que se está alcanzando es verdad, es fiable, razonable, en fin, si lo elaborado aporta algo al conocimiento.
Por lo general cuando se llega al final, se toma una decisión que en todo caso apunta al bien. Esto nos mueve a pensar en las diversas maneras en que el hombre opta en la vida. Algunos optan por el “mal” con el fin de buscar el bien. Encontramos una búsqueda del bien por caminos equivocados. Esto se debe a que el bien es un elemento de carácter universal, y como tal, tiene diferentes acepciones. Se concibe y se realiza de diferentes maneras. Por ello, el teólogo en su decidir siempre debe estar guiado por lo que es conveniente a todos, por el bien común.
Por César Yesit Urrego Parra, msa
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