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viernes, 2 de noviembre de 2007

¿Qué implicaciones tiene nuestra fe en Santísima Trinidad, en el mundo de hoy?

La Trinidad, fundamento de nuestras relaciones humanas, de la comunidad cristiana (la Iglesia) y de la sociedad justa.

Cuando hablamos hoy del Misterio de la Santísima Trinidad vienen a nuestras mentes muchas ideas, diversas imágenes, y normalmente nos quedamos con la sensación de un ser extremadamente poderoso, que está allá en la alturas, que desde allá nos ve y pondera todos nuestros actos, para o bien castigar o bien recompensar. Ha sido o es una condición muy natural, de una fe inicial hacerse una imagen de un dios prepotente, castigador, cruel en la mayoría de las veces, a quien hay que domar o calmar con sacrificios u oblaciones constantemente. Tristemente la fe cristiana en el Dios Trinitario ha sido presentada y asumida de esta manera en muchos contextos eclesiales. Y colegimos en que esta concepción del Dios revelado por Cristo nos genera en los creyentes más que miedos, moralismos, terror, represión, que a la larga oscurecen la plenitud de vida que se debería vivir, a partir de la vida en el Hijo amado del Padre. Es una manera de vivir la fe que muy poco trasciende el los humanos ya que los limita a cumplir preceptos, con el fin de alcanzar en el más allá, la vida eterna. Normalmente es una fe de culto, individualista, de cumplimiento, donde importa no más que “mi relación personal con mi Dios”, sin interesar en la mayoría de los casos, una práctica en la vida, un testimonio, un ethos propio de quien se ha reconocido amado, redimido por pura gracia de Dios.

Con temor y temblor hoy los teólogos buscamos hacer una interpretación y aplicación más práctica de la fe cristiana. Por tanto, hoy ser creyente en Dios uno y Trino implica ante todo haber tenido una experiencia profunda, existencial con el Trascendente, cuyo resultado es un cambio, lo que comúnmente llamamos una conversión a Cristo. Esta conversión abarca tanto el intelecto como el corazón de cada ser humano. Es decir, que cuando el ser humano (hombre o mujer) manifiestan y asumen su conversión, no basta con expresarlo de labios para afuera, quizá exponerlo con los mejores argumentos filosóficos y teológicos; pues además de esto, hay algo que confirma tal acción de la divinidad, y es su conversión en la práctica, esto es, su cambio en la manera de actuar. Esto es algo característico de la vida de Jesús, su amor por el Padre y su proyecto le movían a actuar de una manera peculiar ante las necesidades apremiantes de los otros.

En el contexto actual de la historia humana, con los avances maravillosos de la ciencia, la técnica, el hombre ha pasado de un estado de niñez a uno de adultez, de edad mayor. El ser humano hace ciencia, técnica, se sirve de ella, mejora su calidad de vida, alcanza grandes triunfos, disfruta el producto de su trabajo, en fin, quiere satisfacer su deseo más profundo con lo que el mundo pone a su disposición. En este afán de tener, de poder, de valer, que da el hecho de poseer riqueza (valores que promueve el capitalismo neoliberal), el ser humano ha caído en el individualismo, se ve cada día encerrado en su pequeño mundo, con su dios hecho a su imagen y semejanza, buscando satisfacer sus apetitos, mientras afuera toda una mayoría de seres humanos carecen de la materia prima para subsistir. Tenemos un planeta demasiado arrasado, explotado egoístamente, donde la esperanza de vida a futuro ya se puede calcular. A nuestras generaciones venideras es muy poco lo que se les quiere dejar para su porvenir.

En este contexto, se emplea el poder como pretexto para dominar, para segregar y distorsionar las relaciones humanas. Los gobiernos actuales, a quienes elegimos “democráticamente” no se colocan a favor del interés común sino como servidores de las grandes multinacionales, mientras las mayorías se quedan excluidas, sin el pan. Los sistemas políticos multifacéticos terminan actuando en detrimento de las relaciones humanas, de manera que debido a ello, nuestros pueblos, ciudades, nuestras comunidades, nuestras familias cada día resultan más polarizadas, por intereses normalmente individualistas que deterioran los proyectos que van en busca del bien común. Como resultado tenemos una sociedad de ganadores y perdedores, de satisfechos e insatisfechos, de pobres y ricos, de feos y bonitos, de clases altas, medias y bajas, amigos y adversarios. Y en medio de todo, nos confesamos cristianos, católicos y apostólicos.

Ante tales fenómenos, la fe en la Trinidad Santísima hoy tiene que decir, y mucho que decir. Comenzando por la comunidad eclesial donde las relaciones entre los miembros carecen de solidez por diferentes motivos, es necesario retomar radicalmente el sentir genuino de la fe en los divinos tres. En una iglesia donde por las diferencias de las personas las relaciones humanas, la comunión es más diplomática y formalista que real, la Trinidad debe permear profundamente nuestros tuétanos, de manera que el Misterio creído sea susceptible de ser vivido en la práctica. La iglesia hoy está llama a beber de la fuente de Evangelio y a creerse la revelación, a dar testimonio de ella y a comunicarla a los hombres, no como verdades inamovibles, sino como verdad dinámica, que se hace y se construye en el día a día. Creer en el Misterio Trinitario significa hoy más que nunca apostarle a las relaciones humanas. El hecho de ser diferentes y pensar distinto no debe considerarse como una amenaza, más bien por el contrario como una complementariedad de unos con otros. Creer en la Trinidad es apostarle a la dignidad del otro, salir de mis limitaciones, ponernos al servicio de quienes nos rodean, respetar su personalidad a pesar de lo que nos hace distintos.

Creer en la Trinidad hoy exige apostarle al sentido común, a los proyectos incluyentes, para hacer de la comunidad humana el signo diáfano del reinado de Dios en nuestra tierra. Implica trabajar por la justicia y la solidaridad como hermanos e hijos de un mismo Padre. Amar a la Trinidad significa amar al hermano como a sí mismo, hacer mías y nuestras sus gozos y esperanzas, su lucha por vivir, su búsqueda de plenitud. Amar a la Trinidad hoy implica ponernos en sintonía con su proyecto para crear un nuevo ser humano, unas nuevas estructuras sociales, un cielo nuevo y una tierra nueva.

Creer en la Trinidad es asumir un compromiso con la vida: hacer presente el Reino a través de nuestra fe, de nuestros actos y nuestra manera de celebrar la vida, la fe y la resurrección. Esto implica recrear el sistema de relaciones humanas que manejamos tanto a nivel social, familiar como a nivel eclesial; una nueva manera de ver, de entender de hacer uso de los bienes de la naturaleza. Una nueva manera de relacionarnos con nuestro Dios, nuestros hermanos y hermanas y con nuestro entorno natural. De un sistema patriarcal, dominador a un modelo comunitario, de relaciones circulares, de decisiones colegiadas. De esta manera toda nuestra práctica litúrgica, el Sagrada Eucaristía se convierte en un verdadero festín de la vida eterna, la que nos proporciona nuestra libre adhesión a Cristo, cuando nos sentimos atraídos por su proyecto de amor inagotable.
Implica hacer nuestro el mandato del amor y la unidad que nos dejó el Señor Jesús y el Sermón del Monte: las Bienaventuranzas. De manera que abrirnos a la Trinidad es romper el miedo y darnos a los demás como Cristo el Señor lo realizó. Eso es dar gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Por César Yesit Urrego Parra, msa

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